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BALDABIOU ERA el hombre que veinte años antes había llegado al pueblo, había
enfilado directo a la oficina del alcalde, había entrado sin hacerse anunciar, le había
puesto encima del escritorio una bufanda de seda color ocaso y le había preguntado
-¿Sabe qué es esto?
-Cosas de mujer.
-Se equivoca. Cosas de hombre: dinero.
El alcalde lo echó. Él construyó una hilandería abajo del río, un cobertizo para el
cultivo de gusanos a espaldas del bosque y una capilla dedicada a santa Inés en el cruce
de caminos de Vivier. Contrató una treintena de trabajadores, hizo traer de Italia una
misteriosa máquina de madera, todas ruedas y engranajes, y no dijo nada más por siete
meses. Después volvió a donde el alcalde, poniéndole sobre el escritorio, bien
ordenados, treinta mil francos en billetes de alta denominación.
-¿Sabe qué es esto?
-Plata.
-Se equivoca. Es la prueba de que usted es un pendejo.
Volvió a coger los billetes; los metió en la cartera e hizo el ademán de irse.
El alcalde lo detuvo.
-¿Qué diablos debería hacer?
-Nada; y será el alcalde de un pueblo rico.